Si a veces son exageradas las expectativas que nos hacemos de un festival, otras las impresiones nos responden a la pregunta de por qué un Crüilla cuesta más que un Sonar. No sólo por el caché de sus artistas, sino por la organización, los espacios y el sonido.

Tras cubrir el Sonar, nuestra presencia en el Crüilla se vio gratamente sorprendida por los artistas que tocaron.

 

El viernes dio la sensación de arrancar muy lentamente.  Cat Power parecieron, más que disfrutar del concierto y de su reducido público, estar deseando tocar un par de horas más tarde, y Adriá Puntí hizo que su piano y su excentricismo nos recordaran que estábamos en un festival, y que recién comenzaba. Cuestión de tiempo, pues no sería hasta la actuación de Demian Rice que el primer gran público se concentraría, exprimiendo sus riffs y su total entrega.

 

Pero la fiesta llegó con Chambao. Menuda energía es capaz de transmitir La Mari, y menuda fue la respuesta bajo el escenario. Nada es comparable a unos músicos que se entregan por completo a vivir su interpretación. El respetable perdió todo el respeto como quien se deja llevar por las emociones y olvida la crítica y la apariencia, tan características en Barcelona.

 

Los nostálgicos también tuvieron su momento con el buen directo de Bunbury, quien vio que sus  incondicionales no disminuyen. Alto debía estar el listón para que sintiera el altímetro de su ego. Hay que entenderlo, él es así; probablemente es cuestión de comprender al personaje en su contexto y trayectoria, con éxitos y batacazos. Por ello, lejos de ser un gran admirador suyo, he de admitir que hoy me cae mejor. Él y su banda logran completarse de forma más equilibrada de lo que algunos recordamos.

 

En el escenario de al lado empezaba Crystal Fighters, que le dieron los primeros tonos electrónicos a la noche…

 

Continuó Vetusta Morla, que ofreció una catarsis de vitalidad sin dejarse ni uno de sus himnos en la chistera. La receptividad del público rozaba cotas altas, y todo el mundo buscaba un poco de espacio vital, si era con vistas, mejor. Había muchas ganas de Vetusta y se notaba. El público cantaba sin olvidar una palabra, detalle musical o suspiro, lo que demuestra que es una de las bandas de la escena nacional actual.

 

Nosotros tuvimos que movernos en busca de esa amalgama de sensibilidad tropical y ritmo acaparador que es Bomba Estéreo, y que llenó el escenario TimeOut con una marea de gente cada vez más concentrada. La pasión colombiana se desató mucho antes de que “Fuego” prendiera. Después, no quedó piedra sobre piedra.

 

En el escenario Damm los encargados de cerrar serían Rudimental. Y debieron pensar que la calidad de su directo variaría con el número de reverencias que le hiciera a la ciudad. Y aunque abusara un poco de tan habitual truco, no pareció comprender que no lo necesitaba. A Barcelona le gusta la música electrónica, y la inercia de los grupos anteriores junto a su buen rollo, de tempo acelerado y lejos de grandes complicaciones, se contagió muy rápidamente.

 

Lástima que cuando Digitalism subió a escena la dispersión ya se hubiera apoderado del ambiente (en todos los sentidos). Y si es cierto que su cristalino sonido era capaz de mucho, el cansancio, la trasnochada y el suplicio que supone abandonar la zona del Fórum en las profundidades de la madrugada no fueron especialmente gratos con su presencia.

 

Tuvimos la bonita sorpresa de llegar al primer concierto del escenario de Radio 3: Pësh. Ya los presentó la organización como “una fusión palpable del sonido crudo estadounidense con toque muy british”. Y en efecto, un buen repertorio de recursos con una voz que por momentos recordaba a Lynyrd Skynyrd o a Mick Jagger hacen de su directo algo muy interesante.

 

Pero si el viernes pareció de mecha larga, el sábado arrancó con un torrente de virtuosismo exhibido por Snarky Puppy. Una banda tan técnica y creativa que no tardó en hacerse notar, aglomerar a los curiosos y demostrar que, si como dicen el de Barcelona es un público complicado es, como mínimo, difícil de impresionar. El espectáculo estaba servido.

 

Para un servidor, los mejores. Y quienes no los conozcan solo deberán imaginar el cierre de su concierto con Shofukan.

 

Los Alabama Shakes fueron otros destacados con su entrega y autenticidad. Con un directo poderoso y ese particular maternalismo que puede sugerir Brittany, su cantante, demostraron tener un amplio recorrido. Y eso es mucho más fácil con el apoyo del público.

 

El de Robert Plant fue un concierto que generó grandes expectativas por parte de fieles y nostálgicos. Presentó muchos de sus temas recientes, entre los cuales intercalaría un remake de Black Dog  y algún guiño a Cream. Con su siempre presente espiritualidad, sus 65 años le confieren los galones de eminencia que bien merece el culto que se le rinde. A veces la gente va a ver a un músico teniendo sus trabajos anteriores como referencia, y eso puede ser injusto cuando entre ellos se encuentra una etapa de 15 años con unos tal Led Zeppelin.

 

Ya habíamos escuchado pronunciamientos políticos en algunos conciertos anteriores. Y cuando llegamos a ver a Fermín Muguruza quedamos impresionados por la conexión entre él y el público, que no disfrutaba de ese interesante fusión del Brass de New Orleans y el ska vasco, sino que recibía abiertamente la solidaridad entre vascos y catalanes.

 

En resumen, el cartel del Crüilla mejora cada año, y parecen tomar en cuenta los errores de ediciones anteriores.

Sin embargo, el público parece no haber cambiado, tal vez porque la música funciona como un filtro por si misma, y los grupos y estilos son clasificados en escenarios.

Pero en general había muy buenas vibraciones, gente de todas las edades y, hasta donde llegamos, un ambiente más distendido y relajado que otros eventos.

 

K.L