Mi nombre es Juana Gómez, estudié arte en la Universidad Católica de Chile.

Mi investigación empezó a tomar forma en la escuela cuando tuve mi primer curso de grabado y encontré que la repetición de unidades mínimas podía construir algo más grande. Luego noté como eso se replica en muchos aspectos de la vida.

El bordado es algo que heredé de mi abuela, la fotografía y el dibujo se unieron de manera natural. La fotografía me ayuda a generar las coordenadas donde se va a construir el bordado, con el dibujo trazo el camino que seguirán los hilos y el bordado genera un nuevo ser que se vuelve transparente, dejando ver qué pasa en el interior, bajo la piel.

Mi primer imaginario ha sido la naturaleza. Cuando tenía 13 años agarraba una croquera y bajaba al jardín a dibujar con luces y sombra. Lo primero que dibujé fue una rosa. Nací cerca del mar, viví en el sur de mi país y me tocó estar en el campo, la pampa, los ríos, el frío, la nieve. Nunca me han dejado de sorprender los árboles, las nubes, las olas. Me gusta pensar que somos parte de eso, de ese lenguaje que ocurre a todo nivel, a pesar de las capas que nos separan, las instrucciones y pautas sociales que acarreamos.

Creo que mi estilo podría definirse como ritual-conceptual. La formación de imágenes y el arte siempre han estado más allá del intelecto, del lenguaje, en un espacio de silencio en el cual la información entra por los ojos y recorre el cuerpo, afectando la totalidad del organismo. Ese encuentro genera múltiples reacciones, significados y conexiones, pero cada una de ellas lleva a acotar la experiencia. Trato de conectar con algo que dejamos olvidado en las cavernas.

Veo lo que tengo que hacer. Trato de retener las imágenes de mis sueños, a veces totalmente lúcidos. Cuando la imagen aparece trato de atesorarlo. Hago un dibujo muy rápido para capturarla. Hacer las fotos que luego imprimo en tela es la parte que más me cuesta, ya que estoy trabajando sobre mi cuerpo desnudo. Aunque no son posturas sensuales, sino rígidas, estudiadas y simétricas, es la exposición absoluta. Cuando tengo las fotos elijo la tela, por lo general hago varias pruebas antes de lograr el resultado final ya que la impresión cambia mucho según el tipo de trama que trae la tela, normalmente lino o crea. Con la foto impresa uso diversos referentes, libros de anatomía, tratados antiguos y modernos, para dibujar a mano alzada o hacer un traspaso de lo que luego bordaré con hilo. Luego elijo la paleta de colores

Recuerdo haber visto una película de Indiana Jones en que le sacaban el corazón aún latiendo a un tipo, directo desde el pecho, con la mano. Desde ahí siempre quise ser arqueóloga. Estudié arte, pero la arqueología es algo que me emociona hasta los huesos. La primera vez que vi un cráneo humano fue en la casa de una destacada arqueóloga rapanui llamada Sonia Haoa. Yo tenía 8 años, era vecina nuestra y cada verano nos traía una piña desde Isla de Pascua. Para mi su casa es un recuerdo imborrable. Me daba miedo y lo encontraba hermoso, y ahora mi casa está llena de huesos, piedras, ramas, hongos, cráneos de animales, fósiles, cada uno un tesoro. Ese amor por la arqueología, el saber ver el valor de un cuenco de greda, una punta de flecha, un textil, me ha ayudado a valorizar las distintas culturas originarias de Chile, que se mantienen vivas a pesar de todos los atropellos.

Soy fanática del Viaje de Chihiro de Hayao Miyazaki, película que el director filmó sin guión, dejándola crecer orgánicamente. Viví un tiempo en Barcelona, donde tuve mi propio viaje de transformación, y allá la vi al menos cinco veces. Me encanta ese ambiente onírico, donde los personajes mutan y cohabitan con dioses y seres extraños, donde los malos son buenos y los buenos son malos. Se siente la profundidad, la rareza del mundo de los sueños, es un paisaje mental tan rico que no se logra digerir a la primera, sino que se va profundizando cada vez que la ves. Esa pluralidad y complejidad me parecen dos aspectos fundamentales al que todo el arte debe aspirar.

La obra de Cecilia Avendaño también es una inspiración. Ella es un artista chilena que trabaja con fotografías para genera seres nuevos que no participan de este espacio-tiempo pero que al mismo tiempo podrían andar entre nosotros. Me gusta ver y sentir la mutación de sus personajes, dan la impresión de que te hablan, te dicen algo con la mirada, buscan esa comunicación con quien los observa.

Las ilustraciones de Michael Reedy simplemente me vuelan la cabeza. Tiene una técnica maravillosa. Me encanta su paleta, los símbolos que rodean a las figuras centrales, es realmente potente.

Si tuviera que elegir una obra como la mejor, elegiría la mano, que se llama Constructual 5. No es muy grande, pero con pocos elementos logra expresar mucho. Es la mano derecha, la mano que hace, la mano activa. Las arterias están bordadas al rojo vivo y te acerca a lo vivo y lo muerto.

En estos momentos estoy dibujando y bordando para mi exposición individual, en octubre en galería Madhaus. Algo que he aprendido con el bordado es que tengo que sentarme a hacer las cosas. Soy una convencida de que si el trabajo anda bien va a ir tomando su propio rumbo, así que tan solo me dejaré llevar.

Una pregunta a la que me encantaría poder responder es: qué hay después de la muerte?

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