¿Cuándo fue la primera vez que pensaste en dedicarte al teatro?
No sé si en dedicarme pero la primera punzada de la escritura la viví con ocho años, después de una función escolar. Era una obra navideña (en realidad el libreto de una ópera navideña) y, cuando la profesora nos pidió que le devolviéramos las fotocopias que habíamos utilizado para estudiar nuestros personajes, sentí tanta congoja por tener que desprenderme de todas aquellas palabras que reescribí por mi cuenta lo que recordaba de la pieza. Por algún lado tengo guardadas esas páginas. Lo de “vivir” del teatro o en algo relacionado con el teatro llegó más tarde, cuando entré a estudiar en la RESAD.
¿Y cuándo sentiste que lo habías logrado?
Supongo que en el momento en que comencé a trabajar como profesor en la escuela. Dar clase no es, aparentemente, la vertiente más artística para alguien que se forma en escritura teatral pero me ha permitido estar conectado con creadores que sí han desarrollado una carrera más reconocida. Me gusta pensar que he podido ayudarles en el empeño, aunque sea sumando mi entusiasmo por su trabajo. Me siento muy orgulloso de haber podido asomarme y contribuir -en mayor o menor medida- a procesos de creación teatral muy interesantes. Respecto a mi propia experiencia como creador, me es complicado identificar un momento en concreto. Puede que los premios ayuden a sentir que se ha alcanzado cierto nivel pero, sinceramente, me siento todavía muy cerca de la línea de salida.
Tu primera experiencia en los escenarios fue en… Madrid, mi ciudad, supongo que después de formar la que fue mi primera compañía, “Teatro hasta las trancas”. Estrenamos en una salita de Lavapiés que ya no existe (la Plaza de las Artes, se llamaba) e Ignacio Amestoy nos citó en su columna del diario El Mundo. La obra, “Taihú”, fue de los primeros espectáculos en abordar el tema de la comunidad china en Madrid, desde una visión muy cañí, cabaretera e iconoclasta, eso sí. Hoy nos cancelarían por todos lados y, posiblemente, con razón.
Y la última ha sido en…. mi escuela. Colaboré el curso pasado con Cristina Bernal, la profesora de Interpretación en Teatro Musical, y Nacho Sevilla, del departamento de Producción. Compusimos una revista a la vieja usanza. Este año repetimos con una versión, también musical, de mi texto “Las malagueñas”. Y también estrenaré una micro ópera en el Real del Retiro. Como director, mi última experiencia fue “Vértice”, hace dos temporadas. Estrenamos en la primera edición del Festival Malasaña a Escena y estuvimos luego un mes en El Umbral de Primavera. La verdad que tengo ganas de volver a dirigir algún texto mío. Cruzo los dedos para que “Está todo pagado”, que protagoniza Esther Gimeno y ha dirigido Alda Lozano, vuelva pronto a los escenarios. La estrenamos en el Festival de Almagro y, meses después, cumplimos el sueño de representarla en la Gran Vía (en el Palacio de la Prensa). Lástima que la pandemia nos obligara a bajar el telón.
¿A quién admirabas de pequeño?
Como autores, a Federico García Lorca, por supuesto. Pero también a escritores norteamericanos como Tennessee Williams o William Inge. Mi contacto con el teatro fue a través de la televisión, del cine. Los grandes clásicos. Ese sentido del melodrama.
¿A quién admiras ahora?
Soy un espectador agradecido pero no un mitómano. Hay creadoras (amigas) a las que sigo con mucho interés. Algunas han llegado a lo más alto (como es el caso de María Velasco) y otras están en el camino (Alda Lozano). Las dos me sacan de mi zona de confort y eso es lo que siempre espero de una artista.
Aprendí mucho de… mi maestra Itziar Pascual y de otros profesores de la RESAD como Juan Mayorga, Ignacio Amestoy o Daniel Sarasola. Recuerdo a Ricardo Doménech como alguien fundamental, alguien que creyó en mi escritura casi desde el primer curso. Fue un impulso muy necesario para mí. También he aprendido mucho de mis compañeros de proyecto. Y aquí tengo un recuerdo especial para Álvaro Tejero, que pudo ser -de no haber desaparecido tan trágica y tempranamente- ese gran director que todo dramaturgo sueña. Y, por supuesto, hoy en día sigo aprendiendo mucho de mis alumnos. Es el gran privilegio de trabajar como profesor.
No me han enseñado nada… No sabría qué decir. Creo que de todo se puede aprender algo. Especialmente de aquello que no funcionó. Además, el teatro es una disciplina muy agradecida. Todo lo puedes llevar al teatro y todo puedes tomarlo del teatro.
¿Sobre qué personajes célebres te gustaría trabajar?
Muchos. Ya he escrito sobre Vicenta Lorca, sobre el Duque de Lerma y las heroínas anónimas de “Las malagueñas”. Los “asesinos de la luna miel” (Martha Beck y Ray Fernández) protagonizan “Sing Sing Blues” y, por supuesto, Alan Turing, es la figura a la que homenajeo en “Constelazión”. La historia está llena de personajes que, a menudo de manera involuntaria, se han situado en encrucijadas morales e ideológicas fundamentales. Me interesa, por ejemplo, la figura del orador romano Símaco, que se enfrentó a San Ambrosio en la guerra de las estatuas del Bajo Imperio Romano. O Roger Casement, el activista irlandés que denunció los abusos en el Congo y murió víctima de la homofobia.
¿Con que actores/directores/autores te gustaría trabajar?
Me gustaría ver mis textos representados por grandes actrices como Gloria Muñoz o Adriana Ozores. Son sueños largamente acariciados. Y me gustaría dirigirlas, por supuesto.
¿Cómo se gestiona la incertidumbre ante un proyecto que no llega?
Suelo mantener un nivel bajo de expectativas. La responsabilidad acaba en el momento en que ya se ha hecho todo lo posible por empujar un proyecto. A partir de ahí, lo mejor es ponerse a otra cosa y esperar que ese huevo eclosione (o no) en el nido. Tampoco queda otra.
¿Cómo se celebra cuando sí llega?
Cuando algo llega significa trabajo, responsabilidad, así que las veces en las que he recibido ese “sí”, he pasado rápidamente de pantalla. La celebración es ahora desarrollarlo, poner en pie, disfrutar y sufrir con la adrenalina.
Un profesional del teatro debe tener un plan b poder sobrevivir, ¿cuál es el tuyo?
Como ya he comentado, llevo muchos años trabajando de profesor y ese es mi modo de vida. Pero he trabajado de muchas cosas que no tienen que ver ni con el teatro ni con la educación ni con mi primera formación, que es la de periodista. En mi familia ha habido mucho conserje, mucho portero… así que puedes imaginar por dónde va la cosa. De camarero, eso sí, me he librado por el momento.
¿Cuáles son las historias que más te atraen para dirigir?
Siempre digo a mis alumnos que se trabaja por justicia, por miedo, por vergüenza o por placer. Es decir, siempre habrá algún tema que nos permita denunciar o compartir algo que sintamos debe ser reconocido o transformado, algo que nos asuste, algo que nos desenmascare y, por supuesto, algo que nos resulte entretenido y sintamos que puede entretener. El abanico es amplio pero me gustan las historias que pueden tener un poco de lo que acabo de apuntar arriba. En “Los vivos y los m(íos)”, por ejemplo, quise explorar el tema de la memoria histórica y hacerlo a través de un personaje que no resulta automáticamente simpático, más bien lo contrario. Era una forma de explorar los límites de mi tolerancia. Y creo que la obra tenía su misterio, mantenía atrapado al espectador.
¿El mejor momento vivido sobre las tablas?
Muchos. He tenido la suerte de sentir que mi trabajo y el de mis compañeros emocionaba a gente que no nos conocía. Es la mayor de las satisfacciones.
¿Y el peor?
No lo sé. Supongo que el encontronazo con algún ego desatado.
¿Qué tal sientan los premios? ¿Cómo se digieren para continuar después?
Los premios son muy importantes porque confirman esa autoconfianza que uno debe tener en lo que hace. Para mí siempre han sido un espaldarazo. Un buen antídoto para el síndrome del impostor. ¿Y cómo se digieren? Rápido, supongo, como un buen plato de pasta. Resultan saciantes pero solo durante unas horas.
Querría conocer a:
Esas actrices admiradas de las que he hablado antes, ni sé.
¿Qué te anima a no rendirte en esta profesión?
Sentir que todavía estoy por escribir la mejor de mis historias.
¿Qué te gustaría estar haciendo dentro de diez años? ¿Y en dónde?
Pues no me importaría estar más o menos como hoy, es decir, dando clase y escribiendo y montando proyectos, representando de tanto en tanto, siempre rodeado de compañeros con los que compartir el vértigo. Por supuesto, me encantaría que mi teatro haya llegado a instituciones de mayor visibilidad. Pero me gustaría llegar acompañado por quienes me llevan acompañando mucho tiempo (actores, actrices, otros autores…) No es ninguna extravagancia. De hecho, en un mundo como el nuestro, de familias, suele ser así.
TEATROGRAFÍA DE JOSÉ CRUZ
José Cruz (Madrid, 1977), es licenciado en Periodismo por la UCM y en Dramaturgia por la RESAD donde, desde 2008, trabaja como profesor interino en el departamento de Escritura y Ciencias Teatrales. Entre sus publicaciones destacan “Taihú, cabaret oriental” (2003), “Sing Sing Blues” (Premio Palencia de Teatro, 2004), “La sombra de Narciso” (Ayuda a la Creación de la Consejería de Cultura de la CAM 2005), “Los vivos y los m(íos)” (Premio Lázaro Carreter 2008) , “Perder el Sur” (revista Acotaciones, 2009), “Constelazión” (Eirene Editorial, 2014) y “Las malagueñas” (Premio Jesús Campos de la Asociación de Autores de Teatro, 2017) Premiado con el Injuve del I Certamen de Teatro Exprés (AAT, 2000), ha sido profesor invitado en la edición turca (2010) y director artístico en la edición española (2012) del Festival Interplay Europe. Su labor docente le ha llevado además a trabajar como tallerista en la Escuela Nacional de Teatro de Bolivia en 2014 y en la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León. Como investigador, formó parte del equipo responsable del primer tomo de la “Historia y Antología de la Crítica Teatral Española” (INAEM, 2015) y del “Manual de Dramaturgia”, coordinado por Fernando Doménech (Universidad de Salamanca, 2016). Con Teatro Al Paso, estrenó entre 2007 y 2010 “G2 (Tocado y hundido)” (Teatro de las Aguas, Madrid), “Tello y los Escribanos” (Museo Arqueológico, Linares) y “La ciudad de las mujeres” (Teatro Karpas, Madrid.) El montaje de “Los vivos y los m(íos), a cargo de Turlitava Teatro, fue considerado el mejor espectáculo de la temporada 2011-2012 por los lectores de El País. Entre sus últimos trabajos, destacan “Obscenum” (Teatro Galileo, 2015), “Desde la otra orilla” (I Ciclo Mujeres que Cumplen de la Fundación SGAE, Sala Berlanga, 2017), “Está todo pagado” (Festival de Almagro, sección Almagroff, 2019), “Metamorfoses” (Back Productions, Cuarta Pared, 2021) o “Vértice” (Festival Malasaña a Escena, 2022)