ÁLVARO NOGALES (Alcalá de Henares, 1997)
Licenciado en Dirección Escénica por la RESAD. Actualmente, se encuentra realizando el Doctorado en Estudios Teatrales en la Universidad Complutense de Madrid. Completa su formación en voz y verso con profesionales como Claudia Castellucci, Declan Donnellan, Natalia Menéndez, Àlex Rigola, Gabriel Calderón, Ana Zamora, Atresbandes, Vicente Fuentes, Ernesto Arias o Lidia Otón.
Ha sido ayudante de dirección de Tónan Quito, Eduardo Vasco, Johanna Schall, José Luis Gómez y Ana Zamora, entre otros, en teatros como el Teatro Nacional Dona Maria II en Lisboa, el Theater Konstanz en Constanza (Alemania), el Teatro de La Abadía, el Teatro Fernán-Gómez, el Centro Dramático Nacional o la Compañía Nacional de Teatro Clásico en Madrid.
Con su compañía, Mudanzas López, en 2021 estrena Ahora que nos dejan hablar, a partir de El coloquio de los perros de Cervantes, y Los chicos de Baker-Miller, ambas cocreadas con Adrián Perea, y en 2022 estrena Llanto de María Parda, de Gil Vicente, por encargo del
Festival Clásicos en Alcalá.
Como autor, en 2020, se le concede la ayuda a la creación de la Comunidad de Madrid para su obra Harvey, why I’m not shining?. Durante la temporada 21/22, participa en el programa Manual de Autodefesa para Dramaturgos Vivos dirigido por Jorge Louraço Figueira en el Teatro Nacional São João de Oporto. Participó, de nuevo con Perea, en del X Laboratorio de Escritura Teatral de la Fundación SGAE escribiendo Las Juventudes. Desarrolló su texto De ilusión también se vive en el XI Dramaturgias Actuales del INAEM en verano de 2023.
Actualmente, es coordinador artístico del Teatro Español de Madrid, bajo la dirección de Eduardo Vasco.
¿Cuándo fue la primera vez que pensó en ser director?
Siendo relativamente pequeño. Crecí viendo muchísimo más teatro de lo que tocaba, y cuando salí del bachillerato no me planteé otra opción que estudiar Dirección en la RESAD.
¿Y cuándo sintió que lo había logrado?
Recuerdo el disparo que dábamos al final de La Constitución, el trabajo personal de dirección que hice en cuarto de la RESAD. Era un texto de Mickaël de Oliveira precioso, muy discursivo, pero muy violento. Tuvimos muy pocos ensayos -creo que no llegaron a 20-, pero había gente con mucho talento, entre ellos Chete Lera, un grande que nos dejó hace ya unos años. Fue el primer actor con gran trayectoria al que dirigí. Cuando se daba ese disparo de fogueo, sentí una sensación de alivio enorme. Quizá ahí.
Su primera vez sobre las tablas fue en….
Me hicieron besar el escenario del Teatro Salón Cervantes con pocas semanas de vida, mi tío -maquinista- y sus compañeros de trabajo, los técnicos del teatro. Probablemente fuera premonitorio. La primera vez que actué fue en el cole: en cuarto de la ESO hicimos una versión de La fierecilla domada, de Shakespeare. Fue un espanto. Nunca me aprendí el papel. Después vinieron el Tenorio, La vida es sueño, Plauto… fueron unos años muy divertidos y un poco caóticos, mi profe de lengua fue la que me hizo darme cuenta de querer dedicarme al teatro.
Y la última ha sido en….
La última vez que actué fue en la Sala pequeña-Margarita Xirgu del Español, con mi compañía, Mudanzas López, haciendo las últimas funciones de Los chicos de Baker-Miller. No lo echo de menos, la verdad. Actuar… no es lo mío…
¿A quién admiraba de pequeñp ?
Tengo recuerdos muy potentes de cosas que vi de pequeño que me llamaron mucho la atención, iba prácticamente todas las semanas a ver algo, e incluso dos y tres veces por semana. Desde el Drácula de Chapitô, al Coriolano de Rigola en el Lliure. Más clásico: la Belisa de la primera Joven o el Parnaso de Vasco en el Clásico; también recuerdo el Cristo de los Gascones de Nao d’amores y preguntarle a mi padre “¿qué significa ‘aborrecer’?”. Recuerdo ya más contemporáneo los espectáculos de Marta Pazos con Voadora (Vi dos veces Tokio 3 en el Corral), El Pont Flotant, David Espinosa y su Gran Obra, Darío Facal y sus Amistades Peligrosas, Atresbandes, Sergi López, los primeros espectáculos de Pablo Remón, Tim Robbins… creo que probablemente supe que había crecido teatralmente hablando al ver Sopro, de Tiago Rodrigues. La vi cuatro veces, tres en Lisboa y una en Madrid, y podría verla constantemente, como un mantra. Había una idea que me dejó huella: todos respiramos el mismo aire en el teatro. Desde hace siglos. Un Creonte nunca será igual que el anterior, pero sigue respirando el mismo aire. Y quizá por eso volvemos siempre a las mismas historias. Él lo decía mejor, claro está. Pero probablemente sea una máxima en mi vida.
¿A quién admira ahora?
A todo el mundo que levanta un telón. Es demasiado complicado.
Aprendí mucho de….
Mi maestro principal ha sido Eduardo Vasco. Fue quien me mostró el camino desde la Escuela. También fue fundamental para mí el año que pasé en Lisboa. Me abrió la mente tanto en lo dramatúrgico como en la relación de la creación escénica con el repertorio. Ver trabajar a Tónan Quito o asistir a los montajes de Tiago Rodrigues fue muy marcante. A partir de ahí, he aprendido mucho con mi compañero de aventuras, Adrián Perea, especialmente a trabajar sin ser consciente de que lo hacía. Y, finalmente, José Luis Gómez: le estaré siempre agradecido. Su trabajo en La Abadía creo que ha sido capital para nuestra profesión.
No me ha enseñado nada….
La mayoría de corrientes actuales del teatro más contemporáneo. Parece que no nos estamos dando cuenta de que hacer teatro de gran calidad es más importante que el centrarnos en una corriente concreta, por muy de moda que esté. Cada vez puedo menos con la necesidad imperante de parecer moderno por parecer moderno. Siento que muchas veces se queda en pura superficie. Veremos qué pasa en el futuro…
¿Qué personajes célebres le gustaría dirigir?
Más que personajes, obras: me encantaría dirigir La vida es sueño, El perro del hortelano, Hamlet, Macbeth, Madre Coraje, La gaviota, Edipo, Medea, Las bacantes, Luces de bohemia, Don Perlimplín, y cosas más rarunas, pero esas me las guardo. ¡Y lo que escriba yo, también, claro!
¿Con que actores/directores le gustaría trabajar?
Con todos los buenos, los actores y actrices que sepan qué es el oficio teatral. Somos una profesión muy desmemoriada. Si no sabemos de dónde venimos es imposible saber hacia dónde vamos. Parece un cliché pero es la realidad. Vivimos en una profesión que últimamente se rige por lo más inmediato -la sociedad también-, y no sabemos cómo gestionar nuestro patrimonio teatral. Un buen amigo me dijo de pequeño, “Del teatro se es o no se es”, y es algo que llevo grabado a fuego. Últimamente estoy conociendo a mucha gente que parece dedicarse al teatro pero que realmente no pertenece a él. Haber podido trabajar con gente como Vasco, como Gómez, como Ana Belén, como Ana Zamora, como Johanna Schall -nieta de Bertolt Brecht-, me ha hecho tener una consciencia de quién soy en esta profesión y de cuál es el camino que mis mayores han hecho. He sido muy afortunado a la hora de recibir un legado muy robusto, pero creo que también he tenido las orejas abiertas para escucharles para ver todo lo que queda por delante. Cada vez hay menos referentes y referencias en la profesión. Nos falta leer, ver, compartir y abrir los ojos y la sensibilidad para enriquecernos como personas y como artistas.
¿Cómo se gestiona la incertidumbre ante un proyecto que no llega?
Con paciencia. El ejercicio me ha ayudado a sobrellevar a veces todo esto.
¿Cómo se celebra cuando sí llega?
Trabajando, no hay otra.
Un director debe tener un plan b para poder sobrevivir, ¿cuál es el suyo?
Estoy preparando mi tesis doctoral sobre dramaturgia portuguesa contemporánea -una gran desconocida en nuestro país-. La academia podría ser un plan B, pero creo que es un apéndice de la práctica escénica. Deberíamos escribir más, por lo de la desmemoria…
¿Cuáles son las historias que más le atraen actualmente para dirigir?
Ahora mismo estoy muy centrado en el repertorio de los siglos XIX, XX y XXI. A través de la coordinación artística del Teatro Español estoy descubriendo auténticas joyas de nuestra literatura. A pesar de ello, muchas no se pueden llevar a escena, no tenemos tantas compañías de 20 personas. Por lo demás, me interesa todo tipo de teatro siempre que conecte con las problemáticas actuales, desde el más aristotélico al más contemporáneo. No hago grandes diferencias. Si una obra es buena, da igual su época, estilo o corriente, será buena siempre.
¿El mejor momento vivido sobre las tablas?
Tengo varios: estar en el hombro durante el Casimiro y Carolina, en Lisboa, viendo cómo la cerveza corría en el escenario de una manera completamente festiva; vivir más de un estreno peligroso en el que nunca sabíamos si llegaríamos -no diré los montajes-… y hubo dos momentos muy parecidos relacionados ya en la dirección del Español: la primera presentación de temporada, y cuando estrenamos Luces de bohemia, había una sensación de satisfacción muy especial.
¿ Y el peor?
Casi me desmayé en el estreno de Los chicos de Baker-Miller. Lo de actuar, en serio, no es lo mío.
Una obra que le haya herido su sensibilidad como espectador…..
Digo mis dos grandes shocks como espectador ¡pero para bien!: Catarina y la belleza de matar fascistas, de Tiago Rodrigues, por cómo la violencia de la palabra podía ser tan bella y cruda al mismo tiempo. Era un gran ejercicio de movilización antifascista. Ver al patio de butacas en pie luchando contra unos ideales tan de otro tiempo -o quizá no- era agitador y reconfortante a la vez. Es una pena que solo se haya podido ver en Barcelona en nuestro país. La segunda sería Mount Olympus, de Jan Fabre. Estar despierto durante 24 horas en Sevilla viendo aquella barbaridad de espectáculo me reconcilió con la tragedia griega. Me costó recuperarme de ambos espectáculos.
Y una que le haya insultado a su inteligencia……
Si respondo, no podría salir a la calle.
¿Qué tal sientan los premios, como se digieren para continuar después?
El gran premio es trabajar. No le doy tanta importancia a ganar premios -quizá porque no lo haya hecho, jaja-.
Querría conocer a :
A mis hijos. Espero poder tenerlos en algún momento. La profesión es más accesible de lo que parece a simple vista, ya conoceré a quien tenga que conocer, no tengo prisa.
¿Qué le anima a no rendirte en esta profesión?
Que somos autónomos y hay que pagar la cuota todos los meses. Y porque soy un romántico, y quiero hacer muchas cosas.
¿Qué le gustaría estar haciendo dentro de diez años? ¿Y en dónde?
En Madrid, en Lisboa, en Berlín, en Barcelona, en , me da igual dónde, ¡como si vuelvo a Alcalá de Henares! Me gustaría seguir dirigiendo. Pero no tengo prisa. Al final, todo llega.
